sábado, 18 de septiembre de 2010

Elecciones en Suecia: ¿el fin de una era?


Olof Palme (1927-1986)

Fue una soleada mañana de marzo de 1986 cuando llegué por primera vez a la ciudad de Estocolmo. No sabía entonces que, con ciertos intervalos, sería la ciudad donde viviría durante más de veinte años.

Pero esa mañana fue una mañana de euforia, de asombro, de maravillarme de esa ciudad tan bella, con sus canales, sus edificios medievales, su aspecto de cuento de hadas. La nieve todavía cubría suavemente las calles, y desde el pequeño departamento en el que vivía tenía una vista muy hermosa hacia una parte céntrica y típica de la ciudad. Luego de instalarme (la estancia duraría seis meses), bajé hacia la calle céntrica más cercana para dirigirme al metro. Cuál fue mi asombro al ver a una multitud de gente reunida en torno a una alfombra de rosas, exactamente a la salida del túnel que comunicaba dos calles principales y sobre el cual quedaba ubicada mi flamante vivienda. Alrededor de este mar de rosas, círculos de personas de rostros afligidos lloraban silenciosamente y se consolaban unos a otros. ¿Qué había sucedido? Pronto sabría la respuesta: apenas unos días antes, la noche entre el 28 de febrero y el 1 de marzo de 1986, el primer ministro Olof Palme había sido asesinado. 

Suecos rindiéndole homenaje a Olof Palme el día de su asesinato

 Un torbellino de pensamientos me asaltó. Venía de haber vivido siete años de dictadura militar en la Argentina (además de una guerra cruel), y de día a día revivir el trauma a través de los testimonios que de a poco iban surgiendo en mi país y que testificaban las terribles violaciones a los derechos humanos cometidas durante esos años. El país buscaba desesperadamente la esperanza, apostaba por la democracia pero se desgarraba en las amnistías, las Comisiones de la verdad, los juicios, el trabajo mental de elaborar todo lo sucedido durante esos años.

Suecia, en cambio, era para mí el modelo ideal de sociedad. Un país donde la riqueza estaba justamente repartida entre sus habitantes, donde la igualdad de los sexos había llegado más lejos que en cualquier parte del mundo, donde la democracia y la libertad de expresión se ejercían diariamente como la cosa más natural del mundo. Un país a la vez moderno y solidario, que abría sus puertas a los perseguidos de todo el mundo, como lo demostraba su población de aspecto multicultural.

El asesinato de Olof Palme conmovió al país, y los interminables procesos de investigación posterior, que nunca lograron aclarar el crimen, dejaron como consecuencia un trauma que aún sigue vigente en la memoria colectiva del país. Pese a estos hechos, tanto los grupos políticos dirigentes como el pueblo en general siguieron convencidos de que la apertura y la tradición de que los líderes políticos pudieran moverse libremente como cualquier ciudadano común, debían ser mantenidos (Olof Palme había ido al cine con su esposa la noche de su asesinato y ambos caminaban tranquilamente por una calle solitaria, sin escolta ni guardaespaldas, de regreso a su hogar). A pesar de que muchos barajaban la teoría de que ciertos grupos extremistas de Kurdistán tenían que ver con el asesinato, no se elevaron voces racistas o xenófobas. Lo mismo sucedería años después, el 10 de septiembre de 2004, cuando la popular Ministro de Relaciones exteriores Anna Lindh fuera acuchillada por el psíquicamente inestable joven Mihailo Mihailovic (nacido en la ex Yugoslavia), cuando ella se encontraba en una galería paseando con una amiga. Nadie culpó colectivamente a los extranjeros ni se iniciaron campañas contra inmigrantes.

Con la excepción del período 1991-1994, cuando el Partido Nueva Democracia (Ny Demokrati) llegó a ubicarse en el Parlamento y exigió, como una de sus disparatadas exigencias, que la inmigración debía disminuirse radicalmente, las voces intolerantes no han tenido eco en el ambiente político de Suecia. El partido Nueva Democracia se desintegró de a poco por peleas internas y falta de apoyo político y ya no existe. Este año, sin embargo, la historia puede repetirse.

Mañana, 19 de septiembre de 2010, es día de elecciones en Suecia y dos bloques se disputan el poder. Más allá de las preferencias personales, ambos grupos representan partidos de larga tradición democrática. Sin embargo, si hemos de creerle a las numerosas encuestas de opinión que se han publicado, un nuevo partido hará su entrada en el Parlamento Sueco: los autodenominados Demócratas de Suecia (Sverigedemokraterna), un partido xenófobo y reaccionario, que ha hecho de su exigencia de frenar la inmigración su número principal.


¿Entrarán o no los Demócratas de Suecia al Parlamento? ¿Serán los que tendrán la capacidad de equilibrar la balanza entre los bloques, si ninguno de ellos logra la mayoría? ¿Propagarán su política de prejuicios y miedo ante lo diferente? Continuarán con su campaña de difamación de los musulmanes, sin distinción entre religión y fanatismo? Será, en ese caso, una desgracia para Suecia, que ha logrado mantener a los grupos rasistas y xenófobos fuera del Parlamento durante todo este tiempo.

Esperemos que los pronósticos se equivoquen y que Suecia siga manteniéndose firme en su tradición solidaria y de igualdad de derechos para todos sus ciudadanos, independientemente del color de su piel, su origen o su religión. Mañana se sabrá.

Placa a la memoria de Olof Palme, en el lugar de su asesinato


Estocolmo, 18 de septiembre de 2010

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