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miércoles, 8 de diciembre de 2010

"Un fuego chisporroteante en la cabeza". Discurso Nobel de Mario Vargas Llosa


Foto perteneciente a la Agencia EFE

El termómetro marcaba nueve grados bajo cero cuando, a las cuatro y media de la tarde, se abrieron las puertas del salón de conferencias de la Academia sueca para dejar entrar al grupo de entusiastas que, haciéndole frente al frío, habíamos llegado para presenciar el discurso Nobel de Mario Vargas Llosa.

Quienes desfilábamos por los elegantes pasillos del recinto académico no éramos en absoluto, como quizás muchos pensaran, un grupo privilegiado. En línea con la tradición democrática sueca, las entradas para el acto durante el cual el flamante Premio Nobel de Literatura pronunciaría su discurso, se repartieron gratuitamente a todo aquel que así lo deseara. Ricos o pobres, suecos o extranjeros, intelectuales, trabajadores o desocupados, todo aquél que quiso obtener una entrada tuvo que simplemente seguir los pasos que la institución Nobel había dispuesto con anterioridad: hacer cola a la intemperie con un frío inhumano el día previsto por los organizadores. Pero el empeño cosecha siempre sus frutos, y luego de un par de horas de amena conversación en la cola, las 60 entradas se acabaron en tres minutos.

Unas semanas más tarde, llegó la fecha esperada. La atmósfera del salón de conferencias de la Academia Sueca, de aspecto elegante pero no pomposo, brindaba un toque especial a este acontecimiento. Entre los presentes se notaba una cierta expectación nerviosa y, a la vez, un aire de solemnidad. Unos cuantos puestos estaban obviamente reservados, pero eran apenas unas bancas: para los académicos suecos, para la familia y los amigos más cercanos del galardonado y para unos pocos representantes de las Embajadas (del Perú y de España). Un puesto especial tuvo la legendaria agente literaria Carmen Balcells, quien, en silla de ruedas, presenció el acto notoriamente emocionada. El resto de la audencia estaba conformado por una mezcla de suecos, españoles, peruanos y latinoamericanos de distintas procedencias. El salón de conferencias de la Academia es relativamente pequeño, y permite la presencia de alrededor de un centenar de personas.

Mario Vargas Llosa, más pequeño y más anciano de lo que algunas fotos profesionales lo muestran, y al parecer todavía magullado por una caída ocasionada por la falta de costumbre de caminar por las calles de hielo de esta ciudad, hizo su entrada al recinto seguido por su esposa Patricia. Luego de una brevísima presentación por parte de Peter Englund, el Secretario Permanente de la Academia Sueca, el escritor peruano inició su discurso con voz clara y porte decidido. Su conferencia, “Elogio de la lectura y la ficción”, fue leída por este escritor profesional, con experiencia en trajines políticos, en aproximadamente cincuenta minutos.
Foto perteneciente a la Agencia EFE

Por esos efectos relámpago que nos hacen amar a Internet, el discurso ya estaba en el ciberespacio a los pocos segundos de haberse pronunciado. La mejor cara de la globalización hacía posible que los interesados de todas partes del mundo pudieran acceder al texto (en su original en castellano, y las traducciones al inglés y al sueco) inmediatamente. El discurso está ya al alcance de todos y no fue privilegio de los oyentes del día. Ya los expertos analizarán su contenido; los seguidores de Vargas Llosa lo ensalzarán y sus detractores lo descalificarán, todo es cuestión de gustos y perspectivas. Pero que la lengua castellana, en la voz de un representante de América Latina, sonara en los renombrados salones de la Academia sueca, fue un momento de orgullo y emoción.

Varios pasajes del discurso fueron, a mi juicio, de una calidad indiscutible, sobre todo aquellos que describen a la literatura como valor imprescindible de la existencia humana: “Igual que escribir, leer es protestar contra las insuficiencias de la vida. Quien busca en la ficción lo que no tiene, dice, sin necesidad de decirlo, ni siquiera saberlo, que la vida tal como es no nos basta para colmar nuestra sed de absoluto, fundamento de la condición humana, y que debería ser mejor. Inventamos las ficciones para poder vivir de alguna manera las muchas vidas que quisiéramos tener cuando apenas disponemos de una sola”.

La función de la literatura como puente de unión entre los seres humanos de distintas culturas fue un tema muy apreciado por el público presente, dado que la discusión del pluralismo cultural es tema candente en este país desde el avance del partido xenóbofo sueco en las últimas elecciones. El partido Demócratas de Suecia (Sverigedemokraterna) cuestiona seriamente la apertura al multiculturalismo que ha sido desde siempre un pilar en la sociedad sueca. Ahora decía Vargas Llosa: “La buena literatura tiende puentes entre gentes distintas y, haciéndonos gozar, sufrir o sorprendernos, nos une por debajo de las lenguas, creencias, usos, costumbres y prejuicios que nos separan. (...) La literatura crea una fraternidad dentro de la diversidad humana y eclipsa las fronteras que erigen entre hombres y mujeres la ignorancia, las ideologías, las religiones, los idiomas y la estupidez”.

Más adelante, Vargas Llosa logró describir la ausencia de conflicto entre ser ciudadano del mundo y a la vez amar a su patria. Tomando distancia de los nacionalismos fanáticos, que separan a los seres humanos por razones geográficas, étnicas o políticas, el Premio Nobel reivindicó el derecho a sentirse, a la vez, peruano y universal. Luego de declarar su amor y su agradecimiento a Francia, por haberle albergado y nutrido intelectualmente, y a España, por haber sido el país que le ofreció una ciudadanía cuando arriesgaba verse privado de la suya propia, Vargas Llosa declaró su amor al Perú: “Al Perú yo lo llevo en las entrañas porque en él nací, crecí, me formé, y viví aquellas experiencias de niñez y juventud que modelaron mi personalidad, fraguaron mi vocación, y porque allí amé, odié, gocé, sufrí y soñé. Lo que en él ocurre me afecta más, me conmueve y exaspera más que lo que sucede en otras partes. No lo he buscado ni me lo he impuesto, simplemente es así.”

La patria, sin embargo, no coincide siempre con los límites geopolíticos de un país, sino que es el conjunto de lugares donde se ha vivido y amado, de donde se nutren los recuerdos. Y no menos, las personas queridas. Y el homenaje más emotivo de Mario Vargas Llosa fue dedicado a su esposa Patricia: “El Perú es Patricia. (...) Ella hace todo y todo lo hace bien. Resuelve los problemas, administra la economía, pone orden en el caos, mantiene a raya a los periodistas y a los intrusos, defiende mi tiempo, decide las citas y los viajes, hace y deshace las maletas, y es tan generosa que, hasta cuando cree que me riñe, me hace el mejor de los elogios: ‘Mario, para lo único que tú sirves es para escribir’”. Fue el único momento del discurso en que la voz se le quebró.

La conferencia, de doce páginas, contiene mucho material: sobre literatura, libertad de expresión, política, recuerdos personales y agradecimientos. Pero el tema que lo recorre es el amor a la literatura y la idea fundamental de que la lectura y el ejercicio de la ficción nos mejora, da sentido y trascendencia a ese período limitado de tiempo que vivimos sobre la tierra. La literatura, esa “manera de vivir con ilusión y alegría y un fuego chisporroteante en la cabeza” es la pasión que eleva a Mario Vargas Llosa y que lo ha hecho merecedor del Premio Nobel de literatura 2010.

Una vez terminada la conferencia, los oyentes nos dispersamos lentamente, luego de haber tenido la oportunidad de fotografiar y hasta estrechar la mano del galardonado. Iluminados y abrigados por el calor de ese “fuego chisporroteante”, los diez grados bajo cero que nos recibieron a la salida parecían, misteriosamente, mucho más soportables que a la entrada.

Foto perteneciente a Scanpix Sweden

martes, 7 de septiembre de 2010

Un club selecto. Los ignorados por la Academia Sueca


El inicio del mes de septiembre en Estocolmo no sólo significa la llegada del otoño con su explosión magnífica de colores, sino que también marca una fecha decisiva en uno de los acontecimientos más renombrados del mundo de las letras. Es en septiembre que la Academia sueca decide quién será el ganador o la ganadora del Premio Nobel de Literatura y, por unos días, el foco de atención del ambiente literario internacional se centra en Suecia. La decisión final se anuncia oficialmente el primer jueves de octubre y la ceremonia de entrega es el 10 de diciembre, aniversario de la muerte del inventor y empresario Alfred Nobel, fundador del Premio. El galardonado recibe, además del reconocimiento internacional, la suma de diez millones de coronas y una medalla de oro de manos del rey Carlos Gustavo XVI.

Ya durante el mes de junio, en la última sesión antes de las vacaciones europeas, los miembros de la Academia concluyen su trabajo de selección previa (que ya hemos comentado anteriormente) y la llamada “lista corta” de cinco nombres queda definida. La decisión final se hace pública en octubre cuando el actual Secretario, el historiador Peter Englund, abre las puertas de la Academia a la prensa internacional. Y cualquiera sea la decisión, siempre habrá disconformes. Es inevitable cuando se trata de decidir en literatura, música u otras expresiones artísticas. ¿Quién decide cuál es el mejor? ¿con qué criterios? ¿desde qué punto de vista? La labor de la Academia Sueca es, sin embargo – a nuestro entender - una de las más serias y confiables de la actualidad. Pero no siempre ha sido así. 


La Academia Sueca, fundada en 1876 por el rey Gustavo III, tuvo como modelo de inspiración a la Academia Francesa. Su función principal fue consolidar la posición del idioma sueco y elaborar una gramática y un diccionario. En el año 1900, la Academia recibió el ofrecimiento de ser la institución encargada de llevar a la práctica el testamento deAlfred Nobel: designar al ganador del flamante Premio Nobel de Literatura. No todos los académicos se entusiasmaron con la empresa. No consideraban afin a la labor de la Academia el funcionar como jurado de un incomprensible premio literario, que nadie sabía bien con qué criterios debería manejarse. El Secretario permanente de entonces, Carl David af Wirsén, era un reconocido poeta y lingüista de ideas conservadoras, que bregaba por la “pureza” del idioma y se negaba a reconocer neologismos y a apreciar escritores que rompieran con la tradición literaria imperante. Af Wirsén aceptó, sin embargo, el papel de la Academia como institución ejecutora de la voluntad de Alfred Nobel.

Las lista de galardonados por la Academia, sobre todo durante el primer decenio de trabajo (af Wirén falleció en 1912), reflejan claramente los ideales y la valoración artística de su Secretario, quien ejercía una fuerte influencia sobre los demás miembros de la institución. Muchos nombres que se consideraban insoslayables para la obtención del Premio fueron desechados por af Wirsén por no ajustarse a sus opiniones acerca de qué valores una obra literaria debía reflejar.


El club de los diez

Es fácil, a más de cien años de distancia, criticar las decisiones de la Academia. Ciertos escritores que obtuvieron el galardón son hoy día absolutamente desconocidos (algunos injustamente), y nombres que hoy nos parecen imprescindibles se obviaron. Sin embargo, cada una de estas omisiones tiene una explicación. La periodista sueca Lina Kalmteg del periódico Svenska Dagbladet preparó una lista de diez personalidades que, a su juicio, merecían el Premio, pero que por una razón u otra quedaron excluidos. Son los siguientes:
Émile Zola

Émile Zola (1840-1902): el famoso novelista francés fue considerado por muchos el candidato ideal para recibir el primer Premio Nobel de Literatura en 1901. Su compromiso en el caso Dreyfus, que le valió el exilio, le dió una dimensión social y política a su fama de escritor, que ya lo había consagrado como la figura principal del naturalismo literario. Fue propuesto por varios académicos, pero se topó con la intransigente negativa del Secretario permanente Carl David af Wirsén, quien consideraba los elementos fundamentales del naturalismo, con su cinismo y su descripción cruda y a veces demasiado explícita de las violentas condiciones de vida de los grupos marginados de la sociedad, como ajenas al espíritu elevado de la literatura que, según su interpretación, Alfred Nobel había exigido de los artistas. En lugar de Zola, fue el poeta francés Sully Prudhomme quien recibió el Premio, un escritor que no ha dejado demasiadas huellas. Emile Zola falleció al año siguiente y se convertiría en el primer gran ignorado por la Academia. El Premio Nobel de literatura tuvo un inicio poco afortunado.
León Tolstoy

León Tolstoy (1828-1910): Propuesto ya desde 1902, se considera uno de los más célebres ignorados por la Academia. A pesar del reconocimiento que Tolstoy recibió en vida de parte de la intelectualidad europea y sueca, nunca fue considerado actual para el Premio Nobel por el ala tradicionalista de la Academia.

Henrik Ibsen (1828-1906): El dramaturgo noruego fue descalificado por af Wirsén por los mismos motivos que Zola y Tolstoy. Su obra, según el tradicional Secretario, no alcanzaba el nivel de “idealismo” al que aludiría Nobel en su testamento. El nombre de Ibsen se discutió en el año 1902, pero ese año recayó el Premio en otro noruego, el poeta Björnstjerne Björnson, cuya poesía, si bien apreciada en su país, nunca llegó a la magnitud de la obra dramática de Ibsen.
August Strindberg

August Strindberg (1849- 1912): Uno de los escritores suecos más destacados de todos los tiempos. Cronista, narrador y dramaturgo, August Strindberg no recibió nunca el reconocimiento oficial de la Academia. El autor de El alegato de un loco fue siempre una figura controversial, un provocador amante de las polémicas y los escándalos, que más de una vez dirigió duras críticas a la misma Academia. Cuando la escritora sueca Selma Lagerlöf recibe el Premio en 1909, quedó claro que Strindberg nunca lo recibiría.

James Joyce (1882-1941): Otro célebre ignorado por la Academia. El trabajo innovativo y lingüísticamente revolucionario de James Joyce fue simplemente incomprendido por una Academia sueca aún cerrada en parámetros estéticos tradicionalistas. Los autores premiados durante los años 30 (cuando Joyce habría tenido su oportunidad) están en completo contraste con la obra del célebre irlandés. Recién en los años 40, con el ingreso de nuevos miembros a la Academia, se inicia la apertura y el aprecio creciente por escritores que rompieran con la tradición imperante y abrieran caminos nuevos de expresión literaria, pero sería demasiado tarde para Joyce, quien fallece en 1941.

Marcel Proust (1871-1922): No sorprende tanto la ausencia del célebre novelista francés si pensamos que la totalidad de su obra monumental En búsqueda del tiempo perdido no llegó a publicarse hasta después de su muerte (el Premio Nobel no puede otorgarse en forma póstuma).
Virginia Wolf

Virginia Woolf (1882-1941): No es ningún secreto que no abundan las mujeres premiadas durante las primeras décadas de instaurado el Premio, y que varias de las pocas galardonadas (por ejemplo la muy criticada elección de la prolífica novelista americana Pearl Buck) no respondían a los criterios de calidad tan basunados por los Académicos. En todo caso, el nombre de Woolf nunca figuró en las discusiones de los académicos, entre quienes segurament el genio de la Woolf no encontraría ningún apoyo o comprensión.

Franz Kafka (1883-1924): Si bien muchos se sorprenden de que el escritor checo nunca haya recibido el Premio Nobel, en este caso no se puede culpar a la Academia. La mayor parte de la obra de Kafka fue publicada póstumamente, y según las reglas de la Academia, el Premio Nobel no puede ser otorgado luego de la muerte del escritor.

Graham Greene (1904-1991): Fue mencionado como candidato durante decenios, pero se topó con la empecinada negativa del académico Artur Lundqvist, cuya fuerte personalidad ejercería una influencia muy grande en las decisiones de la Academia. A Lundqvist sencillamente no le gustaba la obra de Greene, y cuando en 1983 se dió a conocer el nombre de otro británico como acreedor del Nobel - William Golding-  se dió por sentado que Greene había perdido su oportunidad.
Jorge Luis Borges

Jorge Luis Borges (1899-1986): El nombre de Borges circuló con frecuencia ya desde fines de los años 60, pero pronto quedó claro que Artur Lundqvist, el académico experto en literatura en lengua española, no estaba dispuesto a permitir que se le otorgara el Premio al célebre escritor argentino. Como motivo aducía simplemente que la calidad de la obra de Borges no alcanzaba las exigencias de la Academia, pero muchos de sus allegados afirmaban que Lundqvist nunca le perdonó sus palabras de apoyo a la dictadura de Augusto Pinochet. Cuando el poeta chileno Pablo Neruda fue galardonado con el Premio Nobel en 1971 quedó claro que Borges nunca recibiría el galardón.


Esta es la interesante lista de Lina Kalmteg, pero sirve solamente de indicador. Se podrían agregar muchos nombres que pudieron haber sido premiados durante la época que comentamos (Henry James, Anton Tjechov, Joseph Conrad, Bertold Brecht y muchos otros). Hoy en día, la Academia se ha modernizado enormemente y su trabajo se realiza de manera muy profesional. Es notable, entre otras cosas, el aumento de mujeres a la lista de los premiados durante los últimos años, así como la variación de nacionalidades y sobre todo de edades (varios escritores relativamente jóvenes lo han obtenido últimamente). Sin embargo, con toda seguridad, cada uno de nosotros tiene algún favorito que agregar a la lista. Un consuelo para todos aquellos escritores que este año no reciban el Premio Nobel de Literatura: la lista de ignorados es tan brillante – o más – que la de los premiados.